Miguel de Giginta (1534-1588)

Miguel de Giginta (aproximadamente 1534-1588) emerge como una figura de notable relevancia para el análisis de la pobreza en el siglo XVI, no solo por sus ideas sino también por su biografía. Este canónigo catalán, caracterizado por su incansable espíritu viajero y sus habilidades negociadoras con autoridades políticas y eclesiásticas, encarnó un pragmatismo notable y logró presenciar durante su vida el éxito de sus propuestas.

Giginta desplegó una labor incansable en la promoción y difusión de sus concepciones, las cuales se plasmaron en diversas obras como «Remedio de Pobres», «Exhortación a la Compasión», «Cadena de Oro» y, en un enfoque más personal, «Atalaya de Caridad». No obstante, su legado se halla influido en gran medida por tres factores clave, cuya comprensión resulta esencial para el contexto de sus ideas.

En primer lugar, es imperativo tener en cuenta la precaria situación económica de la España de su tiempo. La nación enfrentaba desafíos económicos significativos, tales como cosechas insuficientes, inflación desenfrenada, elevados costos de vida y un desempleo generalizado, incluso llegando al punto en que Felipe II se vio obligado a declarar una suspensión de pagos en 1575. Los efectos sociales de este panorama eran tan apremiantes que durante esta década y la siguiente, escasamente se encuentra documento oficial que no mencione la «escasez de pan» y las adversidades sociales que aquejaban a la sociedad española.

Este desolador escenario económico se veía exacerbado por un segundo elemento: la falta de organización y gestión eficiente en las instituciones benéficas y de asistencia destinadas a la ayuda a los pobres. Aunque abundaban instituciones protectoras de los necesitados, incluso con varios hospitales dependientes de una misma parroquia, carecían en su mayoría de recursos y medios esenciales para brindar una asistencia efectiva.

Esta proliferación de iniciativas asistenciales desorganizadas no redundó en beneficio alguno para los necesitados, dado que se creaban centros sin criterios de organización, ni recursos para asegurar servicios de calidad o garantizar la continuidad de la asistencia. En ocasiones, estas instituciones se establecían más preocupadas por la ostentación de sus edificios y por enriquecer al personal administrativo que por proveer adecuadamente a los necesitados, un aspecto que Giginta no dejó de criticar.

A su vez, los esfuerzos de las autoridades por controlar y limitar la apertura de estos centros no surtieron efecto práctico alguno. En muchas ocasiones, la gestión de estas instituciones benéficas estaba teñida de corrupción y aprovechamiento personal de los recursos destinados a los necesitados, incluso cuando los administradores eran eclesiásticos. Esta acusación recurrente, presente desde la época de Vives, se repite constantemente en la literatura relacionada con la pobreza y sirve como argumento a favor de transferir la gestión de estas instituciones a manos laicas. Incluso el Concilio de Trento condenó estos abusos eclesiásticos, subrayando la necesidad de reformar esta problemática situación.

El pensamiento y la obra de Giginta en el escenario de la Reforma y la Contrarreforma

El pensamiento y la labor de Miguel de Giginta adquieren una dimensión aún más rica y contextualizada al situarse en el marco de la Reforma y la Contrarreforma, dos fuerzas que agitaron profundamente el escenario religioso y social del siglo XVI. Sin embargo, es crucial destacar un tercer elemento, que arroja luz sobre su obra y su influencia: la respuesta al desafío planteado por la Reforma Protestante.

El luteranismo y, en menor medida, el calvinismo, ejercieron una influencia transformadora en la estructura asistencial vigente, incluso en países católicos. La Reforma Protestante traspasó la gestión de la beneficencia a las autoridades públicas. Frente a la centralidad otorgada a la caridad individual en el cristianismo, el protestantismo promovía la «fe sin obras». En estas naciones, la asistencia se convirtió en una función municipal, la caridad se convirtió en una forma de impuesto a la población, los vagabundos fueron confinados en instituciones públicas y el control del dinero destinado a las ayudas pasó a manos de las autoridades, eliminando así los frecuentes abusos eclesiásticos. Estas transformaciones hallaron eco, sorprendentemente, en círculos erasmistas con influencia en la sociedad española de la época.

El Concilio de Trento, iniciado en 1545, respondió con cautela al desafío presentado por la Reforma Protestante en el ámbito de la asistencia a los necesitados. En un primer momento, el Concilio reafirmó la doctrina tradicional, asignando a los eclesiásticos la organización de la ayuda a los pobres y sin considerar las aspiraciones laicas. Sin embargo, hacia la conclusión del Concilio, especialmente en su decreto «De Hospitalibus» de 1563, la postura se tornó más matizada y, lo que es aún más significativo, más cercana a las iniciativas adoptadas en las naciones protestantes. En Trento se estableció un estricto control de los fondos destinados a la beneficencia y se impuso la obligación de rendir cuentas periódicamente tanto a las autoridades eclesiásticas como a las civiles. Se exigió que todos los recursos recaudados para la caridad fueran utilizados en la ayuda a los necesitados, se renunció al monopolio eclesiástico en la administración de los hospitales benéficos y se limitó a tres años la duración máxima del mandato de administración.

En última instancia, al finalizar el Concilio, las diferencias entre el sistema protestante, que confinaba a los pobres, y el católico, que organizaba la protección, se redujeron. Como observó acertadamente Cavillac, «las teorías subyacentes diferían significativamente, pero en la práctica social (basada en la virtud del trabajo) a menudo eran similares. Para ambas mentalidades, la extrema pobreza ya no era un ideal ético (…) El cristiano perfecto no era aquel pobre en posesiones materiales, a menudo culpable de su pobreza, ni tampoco el rico que, aunque fuera generoso, poseía excesos, sino el pobre de voluntad evangélica, capaz de contentarse con lo esencial».

Las transformaciones en la orientación de la Iglesia generaron nuevas normativas y, con ello, innovaciones en la resolución de la problemática de la pobreza. Incluso los avances de las naciones protestantes se utilizaron como argumento para sensibilizar a las autoridades y creyentes católicos. De hecho, Giginta se erige como uno de los defensores de esta posición, frecuentemente destacando a los gobiernos no católicos como ejemplos en su obra. Su perspicaz evaluación de estos cambios y su capacidad para adaptarlos a la realidad española lo convierten en una figura influyente en este complejo panorama.

Giginta y las Casas de Misericordia

La propuesta innovadora de Giginta en el ámbito de la mendicidad surge de su impulso reformador, cuyo objetivo era conciliar la atención gubernamental a los pobres sin restringir completamente la mendicidad libre, al tiempo que evitaba una proliferación desmedida de pobres simulados.

El meollo de su propuesta radica en el control de la mendicidad, pero con un enfoque distinto al que se asumía en países protestantes, donde se empleaban métodos coercitivos. Giginta plantea un enfoque más sutil, utilizando presiones indirectas para lograr sus fines. En este sentido, las Casas de Misericordia se convierten en herramientas fundamentales de su estrategia de política de asistencia. Su propuesta implica la fusión de instituciones benéficas en dos hospitales por localidad: uno dedicado a enfermos y otro para mendigos. Sin embargo, es importante subrayar que estas casas no son centros de reclusión de pobres, ya que los residentes tienen la libertad de ingresar y abandonar según su voluntad, en concordancia con el planteamiento de Domingo de Soto.

En estas Casas de Misericordia, los residentes reciben los recursos necesarios para su sustento. Este enfoque práctico y concreto se combina con la recomendación a la población de no otorgar limosnas a mendigos. A través de esta estrategia, Giginta logra su objetivo principal de reforma: aquellos que persistan en la mendicidad son probablemente pobres fingidos, y al no recibir limosnas, se verían inclinados a refugiarse en las Casas de Misericordia.

Esta propuesta no solo busca controlar la mendicidad, sino también erradicar los abusos y las situaciones en las que los recursos asistenciales eran malversados. De este modo, la política de Giginta se asienta en la estructura de las Casas de Misericordia como un sistema de apoyo efectivo y al mismo tiempo como una forma de presión indirecta para reducir la mendicidad simulada.

Es importante destacar que la propuesta de Giginta, aunque en parte influenciada por el contexto de la Reforma y la Contrarreforma, tiene su base en la realidad social y económica de su tiempo, en la que la mendicidad estaba en aumento debido a la crisis económica y a la falta de regulación efectiva de las instituciones benéficas. Su capacidad para diseñar una solución que equilibra la atención a los necesitados con la prevención del abuso y la simulación lo convierte en un pensador y reformador social de gran relevancia en la España del siglo XVI.

La financiación de las Casas de Misericordia

La financiación de las Casas de Misericordia, concebidas como una solución innovadora para abordar la cuestión de la mendicidad según la visión de Miguel de Giginta, se sustentaba en diversas fuentes que garantizaban su funcionamiento y sostenibilidad.

En primer lugar, la creación de estas Casas se apoyaba en la reducción y unificación de hospitales existentes, lo que generaba economías significativas al evitar la duplicación de recursos y esfuerzos. Esta consolidación permitía una administración más eficiente y un mejor enfoque de los recursos disponibles para la atención a los necesitados.

Además, Giginta proponía que los ingresos habituales provenientes de las fundaciones benéficas, incluyendo las limosnas proporcionadas por los propios acogidos en las Casas, se destinaran íntegramente a la manutención y asistencia de los necesitados. Al eliminar la posibilidad de que estas limosnas fueran aprovechadas por pobres fingidos, se garantizaba que los recursos recaudados se emplearan de manera efectiva en quienes realmente lo necesitaban.

Otra fuente de financiamiento planteada por Giginta era el trabajo de los propios acogidos en las Casas de Misericordia. Esta medida no solo contribuía a su autosostenibilidad, sino que también promovía la dignidad y la autogestión de los beneficiarios, permitiéndoles contribuir al funcionamiento de las instituciones que los acogían.

Sin embargo, lo que podría considerarse una característica distintiva de las propuestas de Giginta era su creatividad en la búsqueda de recursos. Él sugería la obtención de ingresos a través de iniciativas peculiares como porcentajes de las entradas a eventos culturales y de entretenimiento, como comedias y espectáculos. Además, planteaba la idea de exhibir pinturas, figuras y objetos curiosos, así como organizar museos y parques zoológicos con animales exóticos y jardines botánicos. Los ingresos generados por estas actividades se utilizarían para financiar las Casas de Misericordia y, al mismo tiempo, proporcionarían entretenimiento y cultura a la sociedad en general.

No obstante, Giginta también sostenía que aquellos en posiciones de poder y riqueza tenían la responsabilidad moral de contribuir al alivio de la pobreza. Él abogaba por que los prelados, gobernantes y personas adineradas destinaran sus recursos no a lujos superfluos, sino a acciones caritativas que ayudaran a mitigar la desigualdad y el desamparo de los menos privilegiados. En este sentido, la financiación de las Casas de Misericordia no solo dependía de fuentes económicas, sino también de un cambio de mentalidad y valores en la sociedad para priorizar la ayuda a los necesitados.

Las Casas de Misericordia, un instrumento de reforma

Las Casas de Misericordia, concebidas por Giginta como un instrumento de reforma social, iban mucho más allá de simplemente proporcionar sustento a los mendigos. En su obra, se vislumbra una nueva concepción de la pobreza que se aleja de cualquier función providencial. Lo que critica no es la pobreza en sí misma, sino la ociosidad que puede manifestarse tanto en la mendicidad como en la riqueza suntuaria. Con esta visión en mente, las Casas de Misericordia se convierten en un vehículo para la transformación de los pobres.

Esta reforma que propone Giginta no es solo de índole moral, sino también educativa. Además de imponer obligaciones religiosas diarias a los acogidos, las Casas brindaban la oportunidad de aprender un oficio y adquirir una instrucción básica, que incluía habilidades como la contabilidad. Esta dimensión educativa mostraba la preocupación de Giginta por equipar a los necesitados con habilidades que fueran útiles para la sociedad y les permitieran integrarse en actividades productivas.

En consonancia con estos objetivos, las Casas de Misericordia promovían una intensa actividad laboral. La regeneración de los pobres se basaba en la idea de abandonar la ociosidad a través del trabajo, reincorporando a los marginados a la economía activa. Estos centros operaban como talleres, principalmente en la industria textil, que demandaba una mano de obra considerable. Todos los acogidos eran involucrados en estas actividades, y recibían un salario por su trabajo. Esta dimensión laboral no solo se veía como un medio para evitar la mendicidad, sino también como un componente fundamental para el bienestar de la comunidad. De esta manera, el valor del trabajo y la actividad productiva comenzaban a consolidarse en línea con las ideas de la reforma protestante.

En su obra «Remedio de Pobres», Giginta enumera hasta cincuenta consecuencias positivas que podrían derivarse de la implementación generalizada de las Casas de Misericordia. Algunas de estas consecuencias incluyen la eliminación de la exhibición pública de la enfermedad, el fortalecimiento del mercado laboral al aumentar la fuerza de trabajo, la regulación de los salarios y la promoción del aumento de la riqueza individual y pública.

Además, Giginta también detecta una nueva dinámica en la pobreza urbana: la emergencia del «pícaro», un individuo marginado que puede cuestionar el equilibrio de la comunidad. Ante esta amenaza, las Casas de Misericordia se erigen como instituciones preventivas para este comportamiento, particularmente en la juventud. Esta observación refleja la visión de Giginta sobre la importancia de abordar no solo las necesidades materiales, sino también las dimensiones sociales y psicológicas de la pobreza.

Trascendencia del pensamiento y la obra de Giginta

La trascendencia del pensamiento y la obra de Giginta es innegable. Más allá de sus ideas innovadoras, su enfoque pragmático y sus incansables esfuerzos de reforma, Giginta demostró una clara orientación hacia la intervención civil en el ámbito de la beneficencia. Esto se evidencia en sus frecuentes negociaciones y comunicaciones con las autoridades civiles, lo que revela dónde depositó sus esperanzas de cambio. Su influencia se plasmó en acciones concretas, yendo más allá de la mera teoría.

Giginta no solo planteó sus ideas en papel, sino que también intervino activamente en la arena política. Participó en diversas ocasiones en debates en las Cortes y dirigió su obra «Remedio de Pobres» al presidente del Consejo Real de Castilla. Es destacable que sus colaboradores principales fueran seglares, y él mismo asignó la gestión de las Casas de Misericordia a individuos laicos. Desde su perspectiva, el agente primordial para impulsar estas reformas debía ser el monarca. En su visión, el rey debía liderar la reforma económica, promoviendo la creación de Montes de Piedad en municipios relevantes.

Los proyectos de Giginta encontraron un éxito inmediato y se propagaron a lo largo y ancho del país. Este éxito fue amplificado por la difusión de sus obras por mandato real. Durante las décadas de 1570 y 1580, se abrieron numerosas Casas de Misericordia en diversas localidades, consolidando su popularidad y mostrando la viabilidad de sus propuestas.

Es relevante notar que la influencia de Giginta no se limitó a su tiempo. Dos siglos después, durante el gobierno de Floridablanca, muchas de sus ideas fueron rescatadas por los ilustrados. El sistema que había diseñado se adelantaba en más de un siglo a la legislación europea en términos de reclusión y gestión de la pobreza. Paralelismos claros pueden establecerse con el sistema de las «workhouse» en Inglaterra, donde los pobres rebeldes perdían el derecho a las ayudas distribuidas por los «overseers of the poor». Esta interconexión muestra la persistente relevancia y visión adelantada de Giginta en la evolución del pensamiento sobre la pobreza y la reforma social.

Referencias
  • Alemán Bracho, C.., Alonso Seco, J.M.. and Fernández Santiago, P.. (2010) Fundamentos de servicios sociales. Valencia: Tirant lo Blanch.
  • ChatGPT

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